Tenía la impresión de que un mes bastaría para que la imagen de Anna Serguéievna se cubriera de niebla y de que sólo de vez en cuando soñaría con su conmovedora sonrisa, igual que le había sucedido antes con otras mujeres.
Pero pasó más de un mes, llegó lo más crudo del invierno y en su memoria el pasado seguía tan nítido como si se hubieran separado la víspera.
La intensidad de los recuerdos no paraba de crecer. Si en el silencio de la tarde llegaban hasta su despacho las voces de sus hijos, repasando la lección, u oía una romanza o un organillo en un restaurante o la nevasca ululaba en la chimenea, de pronto revivían los acontecimientos de aquellos días: la escena de muelle, el amanecer con lasmontañas cubiertas de niebla, el vapor de Feodosia y los besos.